Miercóles

Me la imagino en su clase, rodeada de sus compañeros de mesa, con el rostro concentrado en el trabajo, mordiéndose la lengua al escribir en su pulcro cuaderno. El sudor le humedece la frente después del ajetreo de los juegos del recreo y con pellizco de hambre, pues a penas toca el bocadillo de media mañana . Quizás, como un fogonazo en su mente aparezca la palabra miércoles, ese  día tan especial, tan nuestro. Ese día que es hoy.

Si, hoy es el deseado miércoles.  El frio de las primeras horas de la mañana ha desaparecido. El sol ha ganado la batalla y luce rotundo, allá en lo alto. La luz es primaveral y he notado con cierta sorpresa los primeros aromas de azahar en mi paseo. La calles que me conducen hacia ti, están  llenas de actividad, de gentes, de coches... ¡ Qué diferentes a las del pueblo!

 Me gusta este paseo, que procuro alargar lo más posible, dejando el coche lejos del colegio, aparcado en una estación de metro, a casi una hora de mi destino, portando el carrito de la compra, donde algunos tapelwheres contienen las comidas que más te gustan.

Hoy el camino ha sido distinto. He estado en la reunión de los grupos de lectura y escritura creativa que tengo una vez al mes. Tu ya sabes lo que me gusta lo de leer y escribir, y como alguna vez hemos hecho a modo de juego las cosas que he aprendido en el taller, mientras caminamos del colegio a casa, o de casa al conservatorio, a modo de aligerar el trayecto, y a veces, entre risas nos damos cuenta que nos hemos confundido, y tenemos que retroceder y poner la atención que el juego nos había quitado.

Son las 13 55 , estoy en la puerta del colegio, ya liberada del carro que he dejado en tu casa. Es un día luminoso, los padres, madres, abuelas y abuelos jubilados esperan ansiosos que se abra la gran puerta de hierro que da paso a un patio hermoso con grandes árboles aunque si bien los edificios de las aulas muestran el desinterés de las administraciones por lo público,mostrando sus fachadas desconchadas y la escasez de pintura en los barrotes de las ventanas.
Te veo entre las barras paralelas de hierro, dando volteretas como corresponde a una niña de 8 años que está entusiasmada con los ejercicios de equilibrio circense. Me gusta observarte unos minutos desde lejos, y luego acercarme lentamente, hasta que veo tu sonrisa dibujada en la cara. Me has reconocido entre el bullicio  de familiares, de las carreras de chiquillos portando sus maletas sobre ruedas, produciendo el típico ruido de arrastre , las bicis infantiles saliendo en tropel de cualquier sitio, y todo esto mezclado con la algarabía de voces de besos de abrazos y algún que otro llanto.
Nos abrazamos. Entonces pienso en las palabras de aquel poeta: Gil de Biedma:
"Quizá tengan razón los días laborables"


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